Despuès de estar haciendo el amor durante algùn tiempo, saliò de allì dispuesto a tomar el colectivo y dar clases.
El colectivo estaba lleno de gente, repleto a tal punto que tenìa la sensaciòn de estar adentro de una lata de sardinas ambulante.
Se encontrò con una vieja compañera de estudios a quien, por supuesto, no saludò. Hizo como que no la reconocìa. La mujer sostuvo idèntica actitud. Incluso ella le preguntò algo. Êl respondiò que no sabìa, el nombre de una calle (Mariano Acosta quizàs) o algo por el estilo, la parada, algo asì. No entendiò muy bien: estaba casi siempre enfrascado en su mundo.
Lo cierto es esto: mientras como queso, me digo que hay escritores tan ineptos o tan descorteses que no se preocupan de enganchar al lector de entrada de modo tal que dicho lector, Ud. por ejemplo, se pregunte: ¿què es esto? o, peor dicho: ¿què carajo, què catzo es esto? ¿De què se trata?
La mujer descendiò del bondi y èl de pronto recordò: nunca le habìa gustado dicha dama, la consideraba fea, un adefesio acaso, no le gustaba su caripela, su cuerpo puede ser pero fue hace mucho tiempo: èl era un machirulo como se dice ahora, un machista empecinado, tal vez sin saberlo, sin ser consciente de esto y de muchas otras cosas.
¿Cuànto tiempo habìa pasado desde entonces?
Recordaba lejanamente una caminata en una plaza, la plaza Lezica, el parque Rivadavia, bajo el sol, entre los verdes àrboles que ofrecìan su fresca sombra a la frustada pareja de ex amantes.
Y ahora estaba de nuevo allì, la mujer, con sus ojos claros, verdes o celestes quizàs, en medio del bondi abarrotado de pasajeros, y en medio del insoportable calor estival.
No pasaba nada, acaso se trataba un novela algo psicològica, escrita por un ex poeta porteño.
Ahora dar clases era su vida, en colegios nocturnos, en secundarios de adultos, objetos de desguace actualmente, Bradbury lo habìa predicho hacìa añares en alguna parte de su gran novela.
Clases, dar clases, a alumnos entre 18 y 70 años, todos mezclados, como en un poema de Gonzalez Tuñòn, era un verdadero quilombo aquello, no se podìa dar clases, o tal vez sì pero no enseñando nada sino màs bien dejando que los alumnos aprendan algo por ellos mismos, con la guìa del maestro, claro, el maestruli, el maestro ciruela o durazno de gala.
De todas maneras, lo lograba, una novela a lo Beckett, dar clases a personas que no desean aprender absolutamente nada, ya grandes, sino solo obtener el preciado tìtulo, al menor costo posible, en el menor tiempo posible, se te llevan el dichoso tìtulo a tu casa, mejor todavìa.
Dar clases con un libro de Borges desencuadernado, las hojas todas salidas, despegadas, Ud. es un ciruja, anda cirujeando por ahì, ademàs eso es un robo, yo tenìa entendido que hurto es otra cosa.
Y las directoras ancianas respetables que forreaban, basureaban a algunos docentes decentes, no a todos, solo a algunos, si te ven mal te maltratan, al despertar, el dinosaurio continuaba siempre allì, en la mesa de todos los domingos, con la familia unita, Dios, Patria y.
Pero esto suena medio cortazariano, Dios lo tenga en su santa gloria, y no me apetece o tal vez sì.
Estàs solo frente a 20 o 30 alumnos en el ring o aula, te salva la campana de pronto, el timbre, es el recreo.
Y de pronto las directoras denigradoras, son feministas y hacen jornadas de violencia de gènero, què se le va a hacer, asì es la vida, Dios es argento pero atiende en Baires.
Daba clases pero los alumnos, ¿aprenderìan algo? ¿Còmo saberlo? Es decir, ¿còmo diablos saberlo a ciencia cierta? Y si aprendìan algo, ¿què demonios era lo que aprendìan si es que algo aprehendìan, agarraban?
Allì estaban esos 60 ojos clavàndole la vista: eso significa que te prestan atenciòn, Gastòn.
Y ejercitaba la escritura como forma de entrenamiento mental, en las tardes de verano mientras afuera se oìa el ronronear de los motores automovilìsticos en la caballitense calle Beauchef (al 300 para màs datos).
Sin mirar hacia atràs: nada de espejos retrovisores, los habìa arrancado de cuajo, sin necesidad alguna de pelearse con un automovilista o motoquero de golpe enloquecido que esgrime los màs salvajes y unitarios improperios.
En lo posible, pretendìa escribir con toda la Lengua (asì con mayùscula) a su disposiciòn, aunque raramente lo lograse.
Lo cierto es que ... acà termina el capìtulo 1. Evidentemente el escriba no tiene nada o mucho para contar o no lo sabe hacer: se detiene en comentarios que no vienen al caso y se deja llevar por sus recuerdos algo deshilachados, quièn mierda me habrà mandado tomar ese diclofenac de mierda que me hizo mierda el hìgado, 4 5 meses tomando al pedo esa basura que no me sirviò absolutamente para nada ... encima este mousse de mierda anda para el orto, para el traste ...
No obstante, recuerdo perfecta o exactamente a esa muchacha: su cuerpo me agradaba no asì su cara, habìa algo raro en su cara, quizàs su dentadura ...
Narrador Omnisciente (es el nombre de nuestro hèroe) estaba harto de todo aquello: harto de dar clases y que no lo llamaran por su verdadero ya dicho nombre: lo denominaban: aparato, maestro, campeòn, amigo, zopenco, zutano, mengano, perengano, abadoy, loco ...
N.O. (para abreviar) se dirigiò a un cafè: allì tomò un cafè y comprò un libro de o sobre Carlos Correas: se hizo de noche, ya no fumaba, escribìa, o màs bien leìa, como quedò dicho, un poco màs atràs.
Una madrugada, de pronto despertòse con una somnolienta teorìa de la continuidad: hay una continuidad, una fluidez total entre la vida y la literatura; ademàs, la Literatura (asì, con Mayùscula) es el sistema par excelence ya que da cuenta de lo real, en su coninuum.
Y eso era todo o casi todo.
Despuès siguiò dumiendo.
Y como todos nuestros sueños adoptan la forma de imàgenes televisivas y cinematogràficas, hay una continuidad absoluta entre el mundo nocturno y el diurno ya que nos pasamos gran parte de nuestras vidas (o muertes diarias) mirando televisiòn y pelìculas y ahora mismo mirando o hablando por celular mientras caminamos por la calle o subimos una escalera so pena o riesgo de morir aplastados por un tren o un automòvil (en el mejor de los casos).
Y ahora que estoy al borde de un acantilado, me doy cuenta que perdì gran parte de mi vida y mi tiempo mirando una puta pantalla televisiva o pelìculas y series francamente estùpidas y que no sirven absolutamente para nada.
Para no hablar de ciertas pelìculas pornogràficas o presuntamente eròticas: en cines de mala muerte, de barrio o en el centro (en el intervalo el techo del cine se abrìa y dejaba ver el cielo celeste y lleno de sol o encapotado).
Yo no corrijo absolutamente nada, sigo escribiendo hacia adelante procurando recuperar el tiempo perdido.
Sì, todo fue como un sueño absurdo aquella vida llena de seres malditos, monstruos diversos y mujeres totalmente e intolerablemente hermosas que me arrancaban los màs bellos orgasmos, en medio de la noche o acaso el dìa, la mañana llena de sol ...
Y fumaba, fumaba como un escuerzo, como si tuviera toda la vida por delante o por detràs, como si la muerte no existiera, como si fuèramos eternamente jòvenes en virtud de aquella pelìcula rodada cuyo nombre no recuerdo pero recuerdo determinadas imàgenes màs o menos espùreas, o no:
Ellos bailan eternamente jòvenes, como fantasmas en blanco y negro: no recuerdo su nombre pero la pelìcula es bella y las mujeres son francamente bellas; asimismo ...
No, no se trata de poètica prosa ni de prosa màs o menos poètica, se trata de ...
La pelìcula es muda y bailamos sin mùsica ... Maldito diclofenac que me ha dejado el hìgado a la miseria ...
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