Yo, en los 70 y 80, cuando era un pibe, siempre miraba los sàbados y domingos
por la tarde, las pelìculas de ciencia ficciòn de los 50 y 60 que pasaban en televisiòncuyo ciclo se llamaba (si mal o bien no recuerdo) sàbados de superacciòn. Sentado
frente al aparato televisor, me sentaba a ver esas pelìculas extrañìsimas que consistìan
bàsicamente, en lo siguiente: viajes a la Luna o a Marte, monstruos diversos al llegar al
planeta en cuestiòn, gelatinas viscosas en las que se hundìan fatalmente los astronautas,
hèroes principales de aquellos melodramas francamente ilusorios, o series de televisiòn
como Viaje a las estrellas, o cosas por el estilo, todo ello en blanco y negro, por supuesto.
Eran extrañìsimas esas pelìculas, esas series televisivas en blanco y negro (el poema tiende
a repetirse, indefinida y recursivamente, esa parece ser su naturaleza convulsiva y sobre
todo polivalente, ambigua, ambivalente si seguimos o queremos seguir a Freud).
Me encantaban realmente esas pelìculas extravagantes por no decir raras (raras en el
sentido rubeniano o rubendariano) estrafalarias, en blanco y negro, los sàbados y
domingos, por regla general, en mi casa o en lo de mi Tìa Eugenia, mi Tîo Isidoro.
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