El sexo se desenvolvìa en las tardes de verano, dentro de blancas habitaciones
de paredes caldeadas y sudorosas: en medio de varios espejos y roperos yarmarios: la cama deshecha, en el amor nos enredàbamos y desenredàbamos
mariposas en la panza y mimos, muchos mimos y caricias en el alma, en el
cuore: grandes espadas se arremolinaban sobre nuestras cabezas, y obeliscos
egipcios o porteños: nos sumergìamos en las sàbanas, en los manteles, como aquel
niño que dormìa con sus padres, se bañaba con sus padres que lo lavaban como a un
perrito o algo asì: el pelo rubio se fue volviendo negro y ahora canoso, color nieve.
De la primaria pasamos a los turbios hoteles pobres del barrio de Flores, de los piquitos
a los besos de lengua, innumerables fellatios y cunnilingus, en las tardes del verano:
los oscuros, los sòrdidos hoteles de mala o buena muerte, con gemidos, aullidos terrorìficos
y amorosos que desembocaban en ciertos mares lavatorios con jabones y detergentes
varios: despuès, el tè con leche o limòn en la confiterìa màs cercana o paqueta o la cena
en la pizzerìa cara y de muzzarella malìsima, una verdadera bazofia o porquerìa. En fin.
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