atràs en el tiempo, hacia el pasado màs o menos borroso:
cuando bailaba dìas enteros, noches enterasy fumaba un faso atràs del otro
como si fuera inmortal
y no simplemente
un joven totalmente inconsciente
e irresponsable.
Siempre estoy volviendo atràs en el tiempo,
hacia un pasado feroz, inaferrable:
cuando durante las noches
bailoteaba con las jovenes y viejas milongueras
en los màs sòrdidos antros de perdiciòn:
sòtanos infectos a varios metros bajo el nivel del rìo
o de la calle;
piringundines que se caìan a pedazos
cuyas paredes descascaradas y pintarrajeadas
lucìan los mensajes màs obscenos y extravagantes
como si no se tratara de un salòn de baile
sino màs bien de un baño pùblico
o privado.
Esto no era todo: esos espacios malditos e infecundos
estaban siempre llenos de humo de cigarrillo
lo cual era evidente que nos conducìa sin soluciòn alguna
y en forma absolutamente irremediable
hacia los cànceres màs terribles, repito: como si fuèramos criaturas sensiblemente
extraterrestres e inmortales
y no simples terrìcolas todos fatalmente condenados a Muerte
pero que desconocen cuando se cumplirà dicha sentencia condenatoria.
Esto no es todo: de la forma màs absurda y bàsicamente estùpida
perdìamos el tiempo de la manera màs absolutamente miserable
charlando toda clase de sandeces en los màs insìpidos cafetines del barrio
la ñata contra el vidrio, indudablemente
pero jamàs aprendìamos absolutamente nada
salvo inflar globos con rosados chicles
o lanzar a la atmòsfera efìmeras volutas de humo
al tiempo que divagàmos obsoletas teorìas plenamente ineficaces
o nos besàbamos en la boca bajo la mirada asesina del patròn
o de los mozos vagamente machistas
y patriarcales
que ademàs nos detestaban cordialmente
pues nuestra siempre exigua consumiciòn
auguraba una propina igualmente irrisoria
o vil
como un precio.
A veces el mismo dueño
mediante el mozo
nos intimaba a dejarnos de besar ardientemente en los labios
como 2 encantadores enamorados telenovelescos
so pena de señalar imperiosamente la puerta de calle
o de salida.
Y todo esto mientras sonaba Arnold Schoenberg
como mùsica de fondo
màs exactamente: Noche Transfigurada.
Otras veces, solo como Solari Yrigoyen
cafeteaba y faseaba
mientras leìa a Guillaume Apolinaire.
Y todo ello para ir por enèsima vez
a milonguear a la milonga màs cercana
sita precisamente a mitad de cuadra
bajo la noche estrellada
o con luna llena.
Allì conocì a las mujeres màs hermosas del universo conocido
que extrañamente se movìan entre mis brazos
mientras sonaba la mùsica màs bella del mundo
y las letras de amor màs lindas del planeta Tierra
eran cantadas por Fiore o por algùn cantor o cantante
similar.
Todo ha terminado para siempre: ahora por las noches
o durante las tardes de verano
rememoro aquel pasado digamos glorioso
en el cual fui un joven anònimo y triunfal
y màs o menos conocido
en aquel turbio ambiente rodante
compuesto por ancianos bailarines
y rubias mireyas y paicas ritas y etc.
Todo ha terminado para siempre:
suena Schoenberg y todo se disuelve en el aire enrarecido de la tarde ...
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